Sueño mucho. Sueño todo el tiempo que duermo. Y duermo mucho.
Sueño que soy muy joven, que camino junto a muchachas bellas junto a las que
nunca caminé; sueño con amores que nunca tuve, con bellas actrices de
Holliwood, se llevan a cabo en mi adolescencia: lo sueño y lo siento, en esta
primera vejentud que me acucia y gozo. Sueño con rompecabezas eróticos que
nunca viví y con otras apetencias que tuve pero que nunca pude realizar. Uno de
esos sueños míos, de mi juventud y de esta primera vejentud, es que soy -por
fin- un hombre profesional de las comunicaciones.
Deben saber que, en verdad, durante los años de mi juventud,
llegué a escribir en algunas publicaciones de la Gran Unidad Escolar en donde
estudiaba la secundaria, que servía para conocer un poco lo que se hacía ahí.
De esa época vienen mis actuales sueños adolescentes. De esos sueños vino la
escritura de mi “libro”, que será publicada en unos años, “Juanitop, el hombre
que lo dio todo por amor” o donde describo parte de aquella autobiografía que
fue y es mi vida Mi madre se enorgullecía cada vez que algún amigo le decía que
yo era muy bueno escribiendo y que así tenía el futuro solventado.
Mi padre, por el contrario, me veía como profesor de Lengua
Española en una universidad, y jamás como escritor y mucho menos como lo que
vino después: mi vocación irreductible de ser periodista. Ahí sigo, desde hace
más de cuarenta años, con la “solitaria” de la escritura literaria cabalgando
mis sueños y ahuyentando esa otra enfermedad que nunca padecí: “la seca”.
La otra noche, una noche cualquiera del mes de julio pasado,
soñé que era joven y que sí, que estaba escribiendo en un diario de España, el
ABC de Madrid, el mejor lugar donde se escribe el español del mundo entero. Sé
que es un sueño, lo recuerdo bien,
Deben de saber ustedes
que yo duermo junto a mi mesa de noche, como todos ustedes, pero junto a esta
mesa de noche hay una columna de libros que leo a la vez y que son, a la vez,
libros de cabecera que hojeo con mucha frecuencia.
En la oscuridad, sentí el golpe en mis nalgas (así caí) y en
el codo derecho, que todavía me duele. En esa misma oscuridad, el estrépito fue
impresionante. Eran las tres de la mañana y yo me había despertado de mi sueño
con un jaleo descomunal, los libros por los aires y la mesa de noche destrozada
por la patada de mi pie izquierdo.
Lo primero que hice
fue reírme de mí mismo, sin encender la luz todavía, y al mismo tiempo
agradecer al Gran Arquitecto que el golpe lo hubiera sido de broma. Podía
haberme partido la cabeza o la cadera, como tantos escritores que, en un
momento de su vida, cometen el error de creerse jóvenes, se suben de cualquier
manera a la escalera de su biblioteca y se dan el golpe que, unos pocos años
más tarde, se los lleva a la muerte.
Por suerte para mí, y por desgracia para mis enemigos, no me
pasó nada. Lo cuento muerto de risa y como uno de esos ejemplos en los que la
imaginación y el subconsciente se mezclan en el sueño para volver a vivir lo
que en realidad nunca vivimos.
Si les cuento a ustedes la cantidad de señoras que porfiaron
por haber sido novias mías en mis sueños, se quedarían asombrados de mi
potencia viril, cosa que estoy lejos de tener en mi vida real, antes y ahora;
antes, cuando podía exhibir, al menos de boquita, una virulencia vital capaz de
engañar a cualquiera; y ahora, que ni siquiera soy capaz de ser quien era con
la ayuda de la grúa del ayuntamiento.
Las cosas son así, el tiempo y los sueños parecen ser la
misma cosa: la velocidad de la luz, que puede con todo. Pero yo quiero seguir
soñando que soy muy joven, que he triunfado en el Caribe y que estuve a punto
de ser internacional. Lo sueño incluso con el riesgo de caerme de la cama en
una jugada difícil y partirme la cadera de una vez por todas, camino del final
de la vida.