Hoy cumplo cuatro años
en este país que me acogió a regañadientes. No quiero cambiar mi forma de ser,
quiero ser el mismo Juan Carlos que soy. Sin embargo la vida diaria hace que
uno comience a modificar mi comportamiento y también, la forma de hablar.
Un día en Perú tomé la
decisión de viajar fuera del país y luego de indagar costo de pasajes y vuelos,
quise conocer las playas caribeñas de arenas blancas y aguas transparentes que
siempre hablaban los spots publicitarios y también, las personas que viajan,
siempre se referían a esta parte del mundo como la mas exótica que hay en la
tierra.
Preparé mi viaje para
un 01 de noviembre del 2000, sin pensar mas, que conocer algo nuevo y diferente
al Agua Dulce o Ancón que fueron mis playas preferidas.
Unos amigos, Miky y el
Coyote, hicieron la víspera, el 31 de octubre (día de las Brujas) una especie
de despedida y a tan solo horas de partir. Ellos me invitaron a tomar una cerveza
Pilsen como señal de amistad y despedida. A la hora nona, el Gato fue quien se
unió al trío de personas que me tributaron un “chau”.
Con un mareo y un fuerte dolor de cabeza que me estallaba, a eso de la una de la madrugada me despido de ellos y me voy a casa, donde mi molesta hermana me esperaba con sus hijos, y mi hermanita Charito. Eran, ellos, los únicos familiares que vería por última vez. Toño el hijo de mi hermano mayor me llevaría al aeropuerto dos horas después.
Con un mareo y un fuerte dolor de cabeza que me estallaba, a eso de la una de la madrugada me despido de ellos y me voy a casa, donde mi molesta hermana me esperaba con sus hijos, y mi hermanita Charito. Eran, ellos, los únicos familiares que vería por última vez. Toño el hijo de mi hermano mayor me llevaría al aeropuerto dos horas después.
Apuro en bañarme y
dejando mi cabeza debajo de la regadera para que el liquido elemento y lo
frio me despeje el resultado de la cerveza y el ron que me invitaron. No
puedo más y alisto mi exiguo equipaje, y me pongo un pantalón que compre en Gamarra, unos zapatos que me quedan como un guante que hasta ahora no puedo
usarlo más de dos horas y una camisa crema de manga corta son mi vestimenta de viaje.
Tic, tac, tic, tac el
reloj de la sala marca las 3 de la mañana y me han dicho que esté a esa hora en
el aeropuerto, para iniciar los trámites de embarque y no hay visos de que yo
esté listo, porque no encuentro mis ropas interiores, me falta dos cajas y
recién me entero que Toño los agarró sin consultarme. No me molesto porque fue
mi sobrino preferido quien los tomó.
Me arreglo el pelo
sintiendo un alivio porque el dolor de cabeza está declinando y mis sentidos
comienzan a ser más nítido. Bajo de la casa subo al auto que arranca rapidamente, volteo la cabeza y distingo
que ésta (mi casa) " empieza a desaparecer porque nos alejamos por la avenida desierta.
Añoro los días que corría como chiquillo entre los edificios de ese complejo habitacional, buscando a un amigo que se ha escondido, Rebusco entre mi mente esos momentos que sin importarnos nada, salíamos a la calle para encontrarnos con los palomillas de otro barrio e irnos a "mataperrear" como decía mi madre.
Añoro los días que corría como chiquillo entre los edificios de ese complejo habitacional, buscando a un amigo que se ha escondido, Rebusco entre mi mente esos momentos que sin importarnos nada, salíamos a la calle para encontrarnos con los palomillas de otro barrio e irnos a "mataperrear" como decía mi madre.
Cómo olvidar los días
de juventud donde empezaba uno a conocer el mundo y que antes pensaba que todo
era la Telepostal, el colegio y la casa de mi abuela. Ese tiempo tuve mayor
libertad, comencé a mirar las calles como algo mágico que tenía que descubrir
si continuaba caminando.
Como una película que
empieza a mostrarse en la pantalla de la vida, así es este momento que hundo
teclas para recordar mis tiempos idos.
Llego al aeropuerto y
me apeo del auto blanco que me trajo y entrando a la sala de embarque, le digo
a mi sobrino: “Toño, toma mi pasaporte y paga el impuesto de salida, mientras
hago cola”. Él presuroso con su “amigo del alma” obedece y al cabo de media
hora vuelve con el documento sellado.
A esa hora, las 5.30
de la mañana, me despido de mi sobrino y de su amigo con un fuerte apretón de
manos y un abrazo. Me ven que me voy y me adentro por una puerta de cristal.
Volteo por última vez para despedirme con la mano y no lo veo, lo busco y
rebusco por entre la gente que están ahí, a esa hora, despidiendo con lágrimas
a sus seres queridos, pero no los veo.
Con la mirada en el
suelo levanto mi equipaje de mano y mi carrito y voy a la sala que me indican.
Son las 5.40 y dan orden para subir a un vehículo que nos llevaría al avión.
Subo por la escalinata y le digo a la aeromoza que tengo asiento junto a la
ventanilla, quería ver a mi Perú durante el viaje. Son las 06.05 de la mañana
del 01 de Noviembre del 2004.
Me acomodo y junto a
mi un señor con acento extranjero (yo también lo sería en breves momentos) nos
saludamos y él se queda dormido. Yo mirando el mar distingo la costa de mi
país. Veo Piura, que una temporada me recibió y me brindó una oportunidad que
la perdí por culpa del Fenómeno del Niño. Veo Tumbes con su forma peculiar de
colita y después, solo mar y mar.
Cuando pasa un par de horas nos avisan por el altoparlante que dentro de veinte minutos aterrizaremos en el aeropuerto Tocumén de Panamá y que ahí bajaremos ha hacer “escala técnica” o sea cambio de avión. Miro por la ventanilla para distinguir el famoso canal de Panamá, obra de gran envergadura que une el Pacifico y el Atlántico. Las nubes me impiden verlo pero de seguro que ahí estaba.
Cuando pasa un par de horas nos avisan por el altoparlante que dentro de veinte minutos aterrizaremos en el aeropuerto Tocumén de Panamá y que ahí bajaremos ha hacer “escala técnica” o sea cambio de avión. Miro por la ventanilla para distinguir el famoso canal de Panamá, obra de gran envergadura que une el Pacifico y el Atlántico. Las nubes me impiden verlo pero de seguro que ahí estaba.
Bajamos y nos llevan a
“tierra de nadie”, una gran sala donde hay muchas personas que están en calidad
similar a la mía, de transeúntes. Miro mi reloj y son las 8.15 de la mañana. No
me doy por entendido que en esa parte del mundo los husos horarios no son los
mismos y hay una diferencia de una hora.
Luego de estar aburridos dos horas y 10 minutos, nos informan que los pasajeros de Copa Internacional, con destino a República Dominicana deben pasar por el pasadizo número 4, porque el avión partirá dentro de 15 minutos. Me apuro para ser uno de los primeros en subir, pero ya otros me habían ganado la delantera.
Luego de estar aburridos dos horas y 10 minutos, nos informan que los pasajeros de Copa Internacional, con destino a República Dominicana deben pasar por el pasadizo número 4, porque el avión partirá dentro de 15 minutos. Me apuro para ser uno de los primeros en subir, pero ya otros me habían ganado la delantera.
Subo con mi
maletín-carrito y mi bolsa de algunos libros. Me ubico en el mismo lugar del
primer avión y de nuevo en el aire. Veo la ciudad perderse entre la niebla que
amenazaba suspender el vuelo. No pasó nada y solo observaba mar azul y barcos
que iban de un lado para otro. Este mar es muy transitado.
Luego de un buen rato,
nos comunican que llegaremos al aeropuerto Las Américas y todos se alistan para
aterrizar, los auxiliares y personal de avión pasan por entre nosotros para
asegurarse que tengamos el cinturón de seguridad puesto, imagino que no quieren
perder ningún cadáver, jajajajajajaj
Una fina garúa choca
el cristal de la ventanilla donde me encuentro. Las alas se baten de arriba
para abajo y un fuerte viento hace que el avión entre en zona de vacío y siento
que el estómago se sale de su lugar. Estoy nervioso porque se me viene a la
mente la historia de Juliana Koeppe en la selva peruana.
La garúa se transforma
en lluvia y esta no deja ver el cielo y la tierra. Cuando nos avisan que
bajaremos, distingo el aeropuerto que se abre entre la niebla y tocamos tierra.
El vuelo había terminado. Eran las 1.37 de la tarde en mi reloj. En República
Dominicana las 2.37.