En las libretas electorales de 1935
podíamos leer cosas como éstas: cutis trigueña y pálida; cabello ensortijado y
abundante; boca mediana con labios gruesos; nariz con dorso recto y base
levantada; cicatriz oblicuo-externa en región frontal.
A medida que pasó
el tiempo y tales características podían ser burladas por un tinte de cabello o
un maquillaje las cédulas fueron cambiando.
A principios de los cincuentas se
eliminó lo relacionado con pelo, boca y nariz pero aparecía el color de piel,
la estatura y las señales: “ausencia del ojo izquierdo”. Supongo que el sexo
estaba tácito porque las mujeres no necesitaban identificación, pues hasta 1954
no fueron ciudadanas. Las cédulas de hoy en día mantienen los datos básicos
(nombre, RH, fecha de nacimiento, huella) y continúan con algunas
particularidades como firma, estatura y sexo.
Los asuntos de identidad y seguridad
han sido fundamentales para entender el contenido de los documentos de
identificación. La idea, en general, es que el Estado esté seguro de que uno es
quien afirma ser. La biometría, tecnología que analiza las características
intransferibles de las personas (como las huellas dactilares), ha sido hasta
ahora la herramienta más efectiva (aunque éstas se borren con el tiempo).