lunes, 3 de noviembre de 2008

Cumplí 4 años

Hoy cumplo cuatro años en este país que me acogió a regañadientes. No quiero cambiar mi forma de ser, quiero ser el mismo Juan Carlos que soy. Sin embargo la vida diaria hace que uno comience a modificar mi comportamiento y también, la forma de hablar.
Un día en Perú tomé la decisión de viajar fuera del país y luego de indagar costo de pasajes y vuelos, quise conocer las playas caribeñas de arenas blancas y aguas transparentes que siempre hablaban los spots publicitarios y también, las personas que viajan, siempre se referían a esta parte del mundo como la mas exótica que hay en la tierra.
Preparé mi viaje para un 01 de noviembre del 2002, sin pensar mas, que conocer algo nuevo y diferente al Agua Dulce o Ancón que fueron mis playas preferidas.
Unos amigos, Miky y el Coyote, hicieron la víspera, el 31 de octubre (día de las Brujas) una especie de despedida y a tan solo horas de partir. Ellos me invitaron a tomar una cerveza Pilsen como señal de amistad y despedida. A la hora nona, el Gato fue quien se unió al trío de personas que me tributaron un “chau”.
Con un mareo y un fuerte dolor de cabeza que me estallaba, a eso de la una de la madrugada me despido de ellos y me voy a casa, donde mi molesta hermana me esperaba con sus hijos, y mi hermanita Charito. Eran, ellos, los únicos familiares que vería por última vez. Toño el hijo de mi hermano mayor me llevaría al aeropuerto dos horas después.
Apuro en bañarme y dejando mi cabeza debajo de la regadera para que el liquido elemento y lo helado me despeje el resultado de la cerveza y el ron que me invitaron. No puedo más y alisto mi exiguo equipaje, y me pongo un pantalón que compre en La Parada, unos zapatos que me quedan como un guante que hasta ahora no puedo usarlo más de dos horas y una camisa crema son mi vestimenta de viaje.
Tic, tac, tic, tac el reloj de la sala marca las 3 de la mañana y me han dicho que esté a esa hora en el aeropuerto, para iniciar los trámites de embarque y no hay visos de que yo esté listo, porque no encuentro mis ropas interiores, me falta dos cajas y recién me entero que Toño los agarró sin consultarme. No me molesto porque fue mi sobrino preferido quien los tomó.
Me arreglo el pelo sintiendo un alivio porque el dolor de cabeza está declinando y mis sentidos comienzan a ser más nítido. Bajo de la casa y volteando la cabeza y distingo que ésta empieza a desaparecer porque nos alejamos por la avenida desierta.
Añoro los días que corría como chiquillo entre los edificios de ese complejo habitacional, buscando a un amigo que se ha escondido, Rebusco entre mi mente esos momentos que sin importarnos nada, salíamos a la calle para encontrarnos con los palomillas de otro barrio e irnos a mataperrear como decía mi madre o a una fiesta.
Cómo olvidar los días de juventud donde empezaba uno a conocer el mundo y que antes pensaba que todo era la Telepostal, el colegio y la casa de mi abuela. Ese tiempo tuve mayor libertad, comencé a mirar las calles como algo mágico que tenía que descubrir si continuaba caminando.
Como una película que empieza a mostrarse en la pantalla de la vida, así es este momento que hundo teclas para recordar mis tiempos idos.
Llego al aeropuerto y me apeo del auto blanco que me trajo y entrando a la sala de embarque, le digo a mi sobrino: “Toño, toma mi pasaporte y paga el impuesto de salida, mientras hago cola”. Él presuroso con su "amigo del alma" me obedece y al cabo de media hora vuelve con el documento sellado.
A esa hora, las 5.30 de la mañana, me despido de mi sobrino y de su amigo con un fuerte apretón de manos y un abrazo. Me ven que me voy y me adentro por una puerta de cristal. Volteo por última vez para despedirme con la mano y no lo veo, lo busco y rebusco por entre la gente que están ahí, a esa hora, despidiendo con lágrimas a sus seres queridos, pero no los veo.
Con la mirada en el suelo levanto mi equipaje de mano y mi carrito y voy a la sala que me indican. Son las 5.40 y dan orden para subir a un vehículo que nos llevaría al avión. Subo por la escalinata y le digo a la sobrecargo que tengo asiento junto a la ventanilla, quería ver a mi Perú durante el viaje. Son las 06.05 de la mañana del 01 de Noviembre del 2002.
Me acomodó al lado mío un señor con acento extranjero (yo también lo sería en breves momentos) nos saludamos y él se queda dormido. Yo mirando el mar distingo la costa de mi país. Veo Piura, que una temporada me recibió y me brindó una oportunidad que la perdí por culpa del Fenómeno del Niño. Veo Tumbes con su forma peculiar de colita y después, solo mar y mar.
Cuando pasa un par de horas nos avisan por el altoparlante que dentro de veinte minutos aterrizaremos en el aeropuerto Tocumen de Panamá y que ahí bajaremos ha hacer “escala técnica” o sea cambio de avión. Miro por la ventanilla para distinguir el famoso canal de Panamá, obra de gran envergadura que une el Pacifico y el Atlántico. Las nubes me impiden verlo pero seguro que ahí estaba.
Bajamos y nos llevan a “tierra de nadie”, una gran sala donde hay muchas personas que están en calidad similar a la mía, de transeúntes. Miro mi reloj y son las 8.15 de la mañana. No me doy por entendido que en esa parte del mundo los husos horarios no son los mismos y hay una diferencia de una hora.
Luego de estar aburridos dos horas y 10 minutos, nos informan que los pasajeros de Copa Internacional, con destino a República Dominicana deben pasar por el pasadizo número 4, porque el avión partirá dentro de 15 minutos. Me apuro para ser uno de los primeros en subir, pero ya otros me habían ganado la delantera.
Subo con mi maletín-carrito y mi bolsa con algunos libros. Me ubico en el mismo lugar del primer avión y de nuevo en el aire, veo la ciudad perderse entre la niebla que amenazaba suspender el vuelo. No pasó nada y solo vi mar azul y barcos que iban de un lado para otro. Este mar es muy transitado.
Luego de un buen rato, nos comunican que llegaremos al aeropuerto Las Américas y todos se alistan para aterrizar, los auxiliares y personal de avión pasan por entre nosotros, quienes se aseguran que tengamos el cinturón de seguridad puesto, seguro que no quieren perder ningún cadáver, jajajajajajaj
Una fina llovizna choca el cristal de la ventanilla donde me encuentro. Las alas se baten de arriba para abajo y un fuerte viento hace que el avión entre en zona de vacío y siento que el estómago se sale de su lugar. Estoy nervioso porque se me viene a la mente la historia de Juliana Koeppe en la selva peruana.
La garúa se transforma en lluvia y esta no deja ver el cielo y la tierra. Cuando nos avisan que bajaremos, distingo el aeropuerto que se abre entre la niebla y tocamos tierra. El vuelo había terminado. Eran las 1.37 de la tarde en mi reloj y en República Dominicana las 2.37.