Hoy cumplo cuatro años en este país que me acogió a regañadientes.
No quiero cambiar mi forma de ser, quiero ser el mismo Juan Carlos que soy. Sin
embargo la vida diaria hace que uno comience a modificar mi comportamiento y
también, la forma de hablar.
Un día en Perú tomé la decisión de viajar
fuera del país y luego de indagar costo de pasajes y vuelos, quise conocer las
playas caribeñas de arenas blancas y aguas transparentes que siempre hablaban
los spots publicitarios y también, las personas que viajan, siempre se referían
a esta parte del mundo como la mas exótica que hay en la tierra.
Preparé mi viaje para un 01 de noviembre
del 2002, sin pensar mas, que conocer algo nuevo y diferente al Agua Dulce o
Ancón que fueron mis playas preferidas.
Unos amigos, Miky y el Coyote, hicieron la
víspera, el 31 de octubre (día de las Brujas) una especie de despedida y a tan
solo horas de partir. Ellos me invitaron a tomar una cerveza Pilsen como señal
de amistad y despedida. A la hora nona, el Gato fue quien se unió al trío de
personas que me tributaron un “chau”.
Con un mareo y un fuerte dolor de cabeza
que me estallaba, a eso de la una de la madrugada me despido de ellos y me voy
a casa, donde mi molesta hermana me esperaba con sus hijos, y mi hermanita
Charito. Eran, ellos, los únicos familiares que vería por última vez. Toño el
hijo de mi hermano mayor me llevaría al aeropuerto dos horas después.
Apuro en bañarme y dejando mi cabeza
debajo de la regadera para que el liquido elemento y lo helado me despeje el
resultado de la cerveza y el ron que me invitaron. No puedo más y alisto mi
exiguo equipaje, y me pongo un pantalón que compre en La Parada, unos zapatos
que me quedan como un guante que hasta ahora no puedo usarlo más de dos horas y
una camisa crema son mi vestimenta de viaje.
Tic, tac, tic, tac el reloj de la sala
marca las 3 de la mañana y me han dicho que esté a esa hora en el aeropuerto,
para iniciar los trámites de embarque y no hay visos de que yo esté listo,
porque no encuentro mis ropas interiores, me falta dos cajas y recién me entero
que Toño los agarró sin consultarme. No me molesto porque fue mi sobrino
preferido quien los tomó.
Me arreglo el pelo sintiendo un alivio
porque el dolor de cabeza está declinando y mis sentidos comienzan a ser más
nítido. Bajo de la casa y volteando la cabeza y distingo que ésta empieza a
desaparecer porque nos alejamos por la avenida desierta.
Añoro los días que corría como chiquillo
entre los edificios de ese complejo habitacional, buscando a un amigo que se ha
escondido, Rebusco entre mi mente esos momentos que sin importarnos nada,
salíamos a la calle para encontrarnos con los palomillas de otro barrio e irnos
a mataperrear como decía mi madre o a una fiesta.
Cómo olvidar los días de juventud donde
empezaba uno a conocer el mundo y que antes pensaba que todo era la Telepostal,
el colegio y la casa de mi abuela. Ese tiempo tuve mayor libertad, comencé a
mirar las calles como algo mágico que tenía que descubrir si continuaba
caminando.
Como una película que empieza a mostrarse
en la pantalla de la vida, así es este momento que hundo teclas para recordar
mis tiempos idos.
Llego al aeropuerto y me apeo del auto
blanco que me trajo y entrando a la sala de embarque, le digo a mi sobrino:
“Toño, toma mi pasaporte y paga el impuesto de salida, mientras hago cola”. Él
presuroso con su "amigo del alma" me obedece y al cabo de media hora vuelve con
el documento sellado.
A esa hora, las 5.30 de la mañana, me
despido de mi sobrino y de su amigo con un fuerte apretón de manos y un abrazo.
Me ven que me voy y me adentro por una puerta de cristal. Volteo por última vez
para despedirme con la mano y no lo veo, lo busco y rebusco por entre la gente
que están ahí, a esa hora, despidiendo con lágrimas a sus seres queridos, pero
no los veo.
Con la mirada en el suelo levanto mi
equipaje de mano y mi carrito y voy a la sala que me indican. Son las 5.40 y
dan orden para subir a un vehículo que nos llevaría al avión. Subo por la
escalinata y le digo a la sobrecargo que tengo asiento junto a la ventanilla,
quería ver a mi Perú durante el viaje. Son las 06.05 de la mañana del 01 de
Noviembre del 2002.
Me acomodó al lado mío un señor con acento
extranjero (yo también lo sería en breves momentos) nos saludamos y él se queda
dormido. Yo mirando el mar distingo la costa de mi país. Veo Piura, que una
temporada me recibió y me brindó una oportunidad que la perdí por culpa del
Fenómeno del Niño. Veo Tumbes con su forma peculiar de colita y después, solo
mar y mar.
Cuando pasa un par de horas nos avisan por
el altoparlante que dentro de veinte minutos aterrizaremos en el aeropuerto
Tocumen de Panamá y que ahí bajaremos ha hacer “escala técnica” o sea cambio de
avión. Miro por la ventanilla para distinguir el famoso canal de Panamá, obra
de gran envergadura que une el Pacifico y el Atlántico. Las nubes me impiden
verlo pero seguro que ahí estaba.
Bajamos y nos llevan a “tierra de nadie”,
una gran sala donde hay muchas personas que están en calidad similar a la mía,
de transeúntes. Miro mi reloj y son las 8.15 de la mañana. No me doy por
entendido que en esa parte del mundo los husos horarios no son los mismos y hay
una diferencia de una hora.
Luego de estar aburridos dos horas y 10
minutos, nos informan que los pasajeros de Copa Internacional, con destino a
República Dominicana deben pasar por el pasadizo número 4, porque el avión
partirá dentro de 15 minutos. Me apuro para ser uno de los primeros en subir,
pero ya otros me habían ganado la delantera.
Subo con mi maletín-carrito y mi bolsa con
algunos libros. Me ubico en el mismo lugar del primer avión y de nuevo en el
aire, veo la ciudad perderse entre la niebla que amenazaba suspender el vuelo.
No pasó nada y solo vi mar azul y barcos que iban de un lado para otro. Este
mar es muy transitado.
Luego de un buen rato, nos comunican que
llegaremos al aeropuerto Las Américas y todos se alistan para aterrizar, los
auxiliares y personal de avión pasan por entre nosotros, quienes se aseguran que
tengamos el cinturón de seguridad puesto, seguro que no quieren perder ningún
cadáver, jajajajajajaj
Una fina llovizna choca el cristal de la
ventanilla donde me encuentro. Las alas se baten de arriba para abajo y un
fuerte viento hace que el avión entre en zona de vacío y siento que el estómago
se sale de su lugar. Estoy nervioso porque se me viene a la mente la historia
de Juliana Koeppe en la selva peruana.
La garúa se transforma en lluvia y esta no
deja ver el cielo y la tierra. Cuando nos avisan que bajaremos, distingo el
aeropuerto que se abre entre la niebla y tocamos tierra. El vuelo había
terminado. Eran las 1.37 de la tarde en mi reloj y en República Dominicana las
2.37.
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