Luego de una
conferencia de prensa, en un conocido centro de convenciones, este reportero
salió corriendo del local para llegar lo mas pronto posible a la redacción y
elaborar su artículo para la edición del día siguiente. Fue tal su apuro que
mirando su reloj, vio que era muy tarde y tenía que asistir con su “peor es
nada” a una reunión familiar, donde conocería a toda la familia de su
compañera.
Miró a la
derecha e izquierda y no se veía un alma en la calle y optó por abordar un taxi
para irse seguro y llegar rápido. Se acercó una VAN blanca y el hombre en el
timón, bostezaba, queriendo dar la impresión que no estaba con ánimo de
“trabajar”, pero al decirle que se dirige a la redacción del Periódico, se
irguió y limpiándose la cara con una toalla imaginaria, acordó la tarifa. En
total, el dinero lo paga la redacción porque es una comisión de trabajo.
Durante el
trayecto, el “profesional del timón” empezó la conversación preguntándome si
era periodista y trabajaba en el Periódico. Al darle la respuesta positiva, el
lechucero. el conductor, empezó con un
relato de unos de sus pasajeros que había llegado en un vuelo charter de
Buenos Aires y en el Jorge Chávez, vio algo que no pudo entender en ese
momento.
Era que el esa
misma línea aérea, abordó un joven completamente nerviosos que fue motivo que
unos resguardos y encargados de la vigilancia del primer Terminal aéreo lo
mantuvieran en constante observación hasta que subió al vuelo hacia Miami. Como
no llevaba equipaje, solo un canguro que fue revisado totalmente. Manifestó que
iba de paseo por una semana.
Pero, afuera en
la zona donde los familiares despiden a los viajeros, había unas personas que
santiguándose haban gracias a Dios por que ya estaría lejos y fuera de peligro.
Este hombre, que recién llegaba del país del tango, no se imaginaba que hacia
poco, en el Monumental, estadio del Club Universitario de Deportes, luego del
clásico, se había producido un asesinato. Habían matado a un joven hincha de
Alianza Lima.
Un desconocido cuyas
características coincidían con aquel que había estado nervioso en el
Aeropuerto, y que estaba viajando, podría ser el culpable de tal hecho que ha
enlutado por segunda vez a un hogar. Hace quince días murió el abuelo del
muchacho y ahora este amante del fútbol.
El taxista,
mirando el retrovisor, buscó mi atención y continuó su comentario. No es
posible que unos desadaptados perjudiquen a los que gustan de este deporte de
multitudes. Acaso no tienen hermanos, hermanas, padres, tíos o sobrinos y que otros
loe pueden hacer lo mismo que él hizo.
Por eso, es que
cuando hay fútbol, no voy por lo alrededores de donde se juega porque uno se
expone a la ira de esos delincuentes disfrazados de hinchas que sacan a relucir
todo su complejo de inferioridad y que solo afloran cuando están aglutinados
con otros de su calaña. Nunca actúan solos, porque son unos cobardes.
¿Qué se puede
esperar de unos ignorantes que apenas han pisado un colegio y se jactan de
haber estudiado en tal o cual colegio? Miremos sus notas y sin temor a
equivocarnos serán muchos 11, lo cual demuestra que fueron calificados con esa
nota por misericordia. Nunca estudiaron verdaderamente.
Con esa idea de
que la actual generación amante del fútbol, está expuesta a perder la vida
antes, durante y después de un encuentro, me quedé recordando mis tiempo en el
barrio de Breña, cuando nos alistábamos para asistir a un clásico donde jugaba
Cubillas, Perico León, Percy Rojas, Chumpitaz y un arquero de apellido
Ballesteros. Al final, sea cual fuera el resultado, nos íbamos juntos
comentando las jugadas. Nunca nos peleábamos.
Entro y escribo
mi articulo de la conferencia, pero no dejo de recordar las palabras de este
taxista que cuando le pagué, hizo una señal con la mano derecha y el pulgar
hacia arriba, como diciendo, usted llegó sano y salvo a su destino.
Juan Carlos Pérez
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