jueves, 26 de septiembre de 2013

EN EL TAXI

       - por el lechucero
Luego de una conferencia de prensa, en un conocido centro de convenciones, este reportero salió corriendo del local para llegar lo mas pronto posible a la redacción y elaborar su artículo para la edición del día siguiente. Fue tal su apuro que mirando su reloj, vio que era muy tarde y tenía que asistir con su “peor es nada” a una reunión familiar, donde conocería a toda la familia de su compañera.
Miró a la derecha e izquierda y no se veía un alma en la calle y optó por abordar un taxi para irse seguro y llegar rápido. Se acercó una VAN blanca y el hombre en el timón, bostezaba, queriendo dar la impresión que no estaba con ánimo de “trabajar”, pero al decirle que se dirige a la redacción del Periódico, se irguió y limpiándose la cara con una toalla imaginaria, acordó la tarifa. En total, el dinero lo paga la redacción porque es una comisión de trabajo.
Durante el trayecto, el “profesional del timón” empezó la conversación preguntándome si era periodista y trabajaba en el Periódico. Al darle la respuesta positiva, el lechucero. el conductor, empezó con un  relato de unos de sus pasajeros que había llegado en un vuelo charter de Buenos Aires y en el Jorge Chávez, vio algo que no pudo entender en ese momento.
Era que el esa misma línea aérea, abordó un joven completamente nerviosos que fue motivo que unos resguardos y encargados de la vigilancia del primer Terminal aéreo lo mantuvieran en constante observación hasta que subió al vuelo hacia Miami. Como no llevaba equipaje, solo un canguro que fue revisado totalmente. Manifestó que iba de paseo por una semana.
Pero, afuera en la zona donde los familiares despiden a los viajeros, había unas personas que santiguándose haban gracias a Dios por que ya estaría lejos y fuera de peligro. Este hombre, que recién llegaba del país del tango, no se imaginaba que hacia poco, en el Monumental, estadio del Club Universitario de Deportes, luego del clásico, se había producido un asesinato. Habían matado a un joven hincha de Alianza Lima.
Un desconocido cuyas características coincidían con aquel que había estado nervioso en el Aeropuerto, y que estaba viajando, podría ser el culpable de tal hecho que ha enlutado por segunda vez a un hogar. Hace quince días murió el abuelo del muchacho y ahora este amante del fútbol.
El taxista, mirando el retrovisor, buscó mi atención y continuó su comentario. No es posible que unos desadaptados perjudiquen a los que gustan de este deporte de multitudes. Acaso no tienen hermanos, hermanas, padres, tíos o sobrinos y que otros loe pueden hacer lo mismo que él hizo.
Por eso, es que cuando hay fútbol, no voy por lo alrededores de donde se juega porque uno se expone a la ira de esos delincuentes disfrazados de hinchas que sacan a relucir todo su complejo de inferioridad y que solo afloran cuando están aglutinados con otros de su calaña. Nunca actúan solos, porque son unos cobardes.
¿Qué se puede esperar de unos ignorantes que apenas han pisado un colegio y se jactan de haber estudiado en tal o cual colegio? Miremos sus notas y sin temor a equivocarnos serán muchos 11, lo cual demuestra que fueron calificados con esa nota por misericordia. Nunca estudiaron verdaderamente.
Con esa idea de que la actual generación amante del fútbol, está expuesta a perder la vida antes, durante y después de un encuentro, me quedé recordando mis tiempo en el barrio de Breña, cuando nos alistábamos para asistir a un clásico donde jugaba Cubillas, Perico León, Percy Rojas, Chumpitaz y un arquero de apellido Ballesteros. Al final, sea cual fuera el resultado, nos íbamos juntos comentando las jugadas. Nunca nos peleábamos.
Entro y escribo mi articulo de la conferencia, pero no dejo de recordar las palabras de este taxista que cuando le pagué, hizo una señal con la mano derecha y el pulgar hacia arriba, como diciendo, usted llegó sano y salvo a su destino.

Juan Carlos Pérez

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