La educación escolar pública
debe, sobre todo, buscar formar ciudadanos civilizados. En el currículo se
deberían integrar cursos breves, como los siguientes.
1) Educación Vial: para que
desde niños se aprenda a entender que el tráfico es una comunión armónica –¡y
con reglas!– entre gente que se desplaza y no una guerra anárquica.
2) Educación Constitucional:
un chico debe tener nociones de lo que son la Constitución, el Código Civil y
el Código Penal para que respete y haga respetar sus derechos, y sepa en lo que
se mete si rompe la ley.
3) Finanzas Básicas: para
que desde jóvenes aprendan a ser frugales y a reproducir –¡no solo consumir!–
el dinero.
4) Urbanidad: va a sonar
arcaico, pero sí creo que a los chicos hay que enseñarles una especie del
venerable ‘Manual de Carreño’ modernizado para que sepan comportarse ante los
demás, y la convivencia entre todos sea más respetuosa y menos invasiva. No
digo que mi generación haya sido especialmente educada y no quiero sonar a
Catón el Censor o clamar, como Cicerón, que Roma ha perdido las costumbres (“oh
tempora, oh mores”), pero muchos chicos de ahora ni siquiera saben comer como
gente, moverse con propiedad o dirigirse a los demás con cierto tino, por no
decir tener una actitud de consideración hacia los ancianos, los niños y los
desvalidos. Unos los observa en los programas juveniles y son, por lo general,
una sarta de altaneros patanes engreídos que mal hablan a gritos, unos huraños
que no saben dar la mano o unos confianzudos que besuquean o abrazan para saludar
sin que les hayan dado pie para ello.
5) Redacción: ¡nunca van a
conseguir un empleo interesante si ni siquiera saben pergeñar un escrito
legible!
Todo esto les va a servir
mucho más en la vida que Trigonometría o esos cursos de relleno; se los
aseguro.
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