martes, 25 de febrero de 2014

COMO ME GUSTABA

Me gustaba más cuando, de buenas a primeras, mandábamos todo al carajo y tomábamos un taxi para la agencia de viaje, a la menor contrariedad. Las responsabilidades, los jefes, las familias, las deudas, la leche o la pensión, la gripe aviar o la porcina, todo al carajo.
Llegábamos al mostrador de con lo que llevábamos puesto y comprábamos dos pasajes con rumbo a cualquier lugar, qué importaba, a cualquier destino para el que hubiera asiento disponible.
Nunca viajé tanto como contigo, nunca sentí esa urgencia de tener siempre saldo suficiente en la tarjeta, el tanque de gasolina y el de oxígeno siempre llenos.
Nunca leí tanto como en tus días, nunca escribí tanto. Leíamos los mismos libros al mismo tiempo, recitándolos, subrayándolos, compartiéndolos o arranchándonoslos como animales hambrientos. Rapeábamos, sentados frente al fuego, las letras de los cánticos de misa como si fueran un conjuro demoníaco: tú has venido a la orilla /_no has buscado ni a sabios ni a ricos_ / tan solo quieres que yo te siga. O también, por qué no, las de los valses criollos, a grito pelado: para que sepan todos / que tú me perteneces / con sangre de mis venas /_te marcaré la frente_.
Nunca bailé tanto, canción tras canción tras canción, como un aborigen enloquecido, empañando todos los espejos, tropezando con todo y con todos, aullando, gruñendo, maullando, ronroneando, bañado en sudor propio y ajeno. Canción tras canción tras canción. Nunca me reí tanto como contigo, conchetumadre. Las cojudeces más pequeñas desencadenaban las más grandes carcajadas. Y ni siquiera fumábamos. Vivíamos a grandes sorbos, como quien se come un helado que se derrite en el verano, como si alguien nos estuviera persiguiendo, como si la batería se nos fuera a terminar, con una desesperación lujuriosa y vulgar, con la intensidad de dos enfermos terminales.
Nunca he vivido tanto y nunca he escrito tanto, en consecuencia. He escrito sobre desastres naturales y tragedias íntimas, sobre epidemias, fiebres y modas, sobre estados de ánimo y fraudes electorales. Sobre parientes muy cercanos y civilizaciones muy lejanas. Sobre congresistas y descuartizadores, fletes, poetas y copetineras, Pero sobre nadie he escrito más que sobre ti.
Me gustaba más cuando hablábamos hasta quedarnos dormidos. Cuando la última conversación del día ingresaba en esa fase morosa en que las frases soñolientas comienzan a hacerse balbuceantes, esporádicas, absurdas. Esa dulce modorra en la que, a una pregunta cualquiera –¿_ya te dormiste_?– sigue el silencio y después, el sereno, monótono ritmo de tu respiración y luego, de pronto, alguna oración sobresaltada e idiota –¡_El barco se va sin nosotros_!– procedente de la ignota región de lo no soñado, de aquello que estábamos a punto de soñar.


No hay comentarios: