¡Cómo se les ocurre cambiar el
transporte público cuando las cosas estaban bien como estaban!
Hace una semanita nomás, yo me
paraba acá y un montón de combis, cústers, motos, mototaxis, colectivos y
carretas estaban listas para que yo me trepe a ellas. Y baratito, ah. A ‘luca’
o ‘china’, dependiendo de la ruta. En cualquier parte, en cualquier esquina,
pista, vereda, calle o avenida, solo tenías que estirar tus dedos y ahí estabas
tú, ¡mi combi asesina! Toda humeante, oxidadita, tocando tu bocinita. Si no te
escuchaba, no importaba. Para eso estaba el joven profesional de la cobranza:
“¡Tacna, Wilson, Bolichera, sube, sube, lleva, lleva!”. Bonito vociferaba.
Adentro era la muerte. Éramos 37 tratando de
encajar piernas, codos y tetas en un espacio donde solo entran 12. Claro, todo
acompañado de su rica cumbia, ¡y no va a che! Bien rápido se llegaba a todas
partes, porque mi causa, el chofer, con harta caña, se pasaba todas las luces
para que yo llegue rápido a mi chamba. Al grito de ¡pie derecho!, de hocico me
aventaban.
Hoy estoy parado aquí, haciendo
una cola gigante, esperando por estos famosos buses azules. Todos parados, todo
desordenado, nadie te dice nada. ¡Un abuso! Bueno, me seguiría quejando, pero
tengo que volar a Mistura a hacer una cola gigante por mi porción de chancho al
palo. De esa cola no digo nada. ¡Ay, qué rico!
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